Porque sí, porque eso somos. Un puñado de almas, sosteniéndonos unas a otras amorosamente.

Amor solapado, casi invisible pero fundamental y fundante.

En el movimiento de la mudanza, vivo sin endulzantes, el desapego. La desvinculación de mi lugar, de mi comunidad, del ranchito que me supe conseguir. Soy mis circuitos y rutinas.

Soy Angelito, mi verdulero, que me pide que cada tanto me pase el peine y que tan generosamente me “bautizó” la Paola Krum de Agote y que además, me guarda el último atado de redicheta que sabe, buscaré.

También soy Oscar, el kiosquero. Que me preguntó dónde vivía, cuando fui a cargar la tarjeta de colectivo en pleno paro.

Gladys, de acá al lado, con quién rescatamos a Balquita, una perrita callejera. Y claro, Mirta también, que me regala dulce de membrillo casero sin azúcar los otoños. O Clelia, que me corretea con las cartas de tarot por el barrio, para consultar al oráculo y saber si es el momento de moverme. Esperá hasta mediados de noviembre, me dijo, y yo, “sin creerle”, me relajé. O Daniel, el mecánico de la cuadra, que me infla las gomas de la bici y me pide que vaya por la vereda.

Dar y cuidar es amar.

Eso somos, lazos de amor con otros. Soy también, los abrazos que di, los que me dejé dar y los que quedé esperando.

La comunidad nos sostiene y nos acompaña y de esto, mucho sabía Montessori. Puso este concepto a funcionar, como base de su filosofía. El amor y la solidaridad, son genuinos en las infancias. Cuidémosle esa naturaleza, que l@s acompañarán toda la vida y el retorno es infinito.

No l@s corrompamos con competencias, alejándol@s de lo más humano, la necesidad de amor y compañía desinteresada.

Irse es nostalgia y crecimiento. Necesitamos estar y ser aquí, para luego, volver y hallar nidos protectores. Como siempre serán la casa de nuestros padres.

Se con certeza, que “hay secretos en el fondo del mar, personas que me quiero llevar y aromas que no voy a olvidar” #fito #amor