Una experiencia sobre el acto reparador del juego libre: “el gato”
Cuando nos desconectamos de nuestros hijos, frecuentemente por las urgencias de lo cotidiano dejamos de atender lo importante, que es estar presente de cuerpo y alma con nuestros niños.
Les contaré aquí una experiencia personal, que me enseñó a detectar a tiempo cuando estoy dejando de mirar a mi niña. Espero, les sirva a ustedes también, a mirar con agudeza pura a sus hijos y alumnos.
Ella tuvo una unos días fatales, de demanda extrema de juego, atención y pedidos. Las rabietas eran frecuentes y las “negociaciones” que le proponía fueron inviables. Apelé a todas y cada una de las técnicas aprendidas por mi profesión, pero no había nada que me funcionara para sacar a N. de ese lugar de malestar.
La frutilla del postre fue una noche que mi marido debía salir y ella hizo literalmente un piquete en la puerta para evitar su partida, entre las cosas que dijo fue “no me quiero quedar con mamá”. Me pegó, sin saberlo, donde duele de verdad, hondo y hasta los huesos.
En ese momento, y pasado el caos, la invité a jugar. Dejé de racionalizar y jugamos, jugamos de verdad.
Los últimos momentos exclusivos que habíamos tenido esa semana habían sido muy cortos, interrumpidos y yo con mi teléfono en la mano porque fue un mes de muchísimo trabajo.
Así fue, solté la compu, el teléfono, no miré el desorden habitualmente descomunal que hay en casa y me solté a jugar.
Ella propone que juguemos a que yo era veterinaria y encontraba un gato abandonado en la calle (ya van viendo ustedes que era lo que ella sentía).
__Oh… Michi Qué te paso? Vení yo te voy a llevar a mi casa para cuidarte. Dije, mientras la alzaba del piso, ella ya con su personaje en escena y en cuatro patas.
Ahí mismo se produjo la primera interrupción de la escena de la apuntadora/directora, indicándome el rumbo sobre cómo debía seguir la obra:
__Querés que además de abandonado el Michi estaba lastimado, lo había atropellado un auto, tenía hambre y sangraba?Sin pensarlo, acepté el trágico rumbo que debía tomar la historia.
Fue así que llevé al Michi malherido a mi consultorio (en su habitación), lo recosté sobre la camilla (su cama) tome el instrumental de Juliana veterinaria y comencé con las curaciones.
Muy por el contrario a cómo actuaría un gato en la veterinaria, este Michi aceptaba muy bien todas las curaciones que le hacía. Tomó la medicación, se dejó anestesiar y hasta suturar. El gato, además de reponerse por la atención brindada, se reparaba su alma y junto a él, yo misma.
Con las lesiones ya atendidas, tomé en brazos al Michi y le dije que lo quería con toda mi alma, que a veces por mi exigencia en el trabajo sacaba mucho tiempo con el que quería compartir con él. Y que aunque yo tenga mucho trabajo, no debería quitarle tiempo al juego con él.
En ese relato, el gato, ronroneaba, sobaba su cabeza en mi brazo y con una sonrisa de alivio y conexión se relajaba, me abrazaba y me besaba, así como besan y abrazan las niñas de 5 años.
El juego continuó. Y el gato, a escondidas de su dueña, comenzó a hablar. Hasta que la veterinaria le dice:
__Michi vos hablaste? El michi responde con un afirmativo: __Miau. Acompañado con el correspondiente movimiento de cabeza.
Fue así que el gato, comenzó a tener características humanas: habló, luego comenzó a caminar en dos patas, hasta que se convirtió en una nena.
“La tengo de vuelta” pensé. Ella estaba sanando el dolor que sintió por la poca presencia activa de su madre en esos días. Y yo, volvía a encontrarme con mi parte más salvaje y menos racional, maternar sin juicios, sin expectativas, sin prisas y a nuestro ritmo. Con amor del puro, del auténtico, único como el nuestro, sin vicios o contaminaciones.
Pues permítanme contarles el final del juego, que la verdad no tiene desperdicio. Vuelve la apuntadora/directora de la obra y me dice:
__Querés que yo te daba un beso y vos te convertías en el gato abandonado y yo en la veterinaria que te rescataba?
¡Si! Ella toma el control, se sintió segura, y como debe ser, me tiro la pelota a mí, quien debía reparase ahora era yo, no ella, como siempre debió ser.