Viajar con niños: una explosión de sensaciones
Desde el minuto cero ella se prepara para recibir el aluvión de información que le llegará sin que nadie se lo cuente. Sabe que el viaje será largo y que cada estación puede ser una aventura diferente, siempre con la compañía de mamá y papá.
Los adultos, debemos también prepararnos para ello, acompañar el proceso de integración de la información es un ejercicio que requiere de comprensión y mucha paciencia.
Aunque resulta de una inusitada comicidad, si es que el adulto puede así leerlo.
Los interrogantes de los niños expuestos a situaciones nuevas, se abren como una fuente infinita de preguntas que debemos responder al menos con un “no sé, pero te puedo ayudar a averiguarlo”.
Lo verdaderamente llamativo no son las preguntas en sí, que de hecho estamos muy acostumbrados a ello quienes convivimos a diario con niños. Sino que su formulación connota la necesidad de una validez científica que parece aprendida, pero en verdad no lo es. Los niños necesitan confirmar por diferentes fuentes que la información que están recibiendo no es un engaño de sus sentidos o en su defecto, un invento de la madre:
– Por qué esa escalera mecánica no funciona?
– No sé, la estarán arreglando…
– Cómo sabés?
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– Cómo ve el capitán si están las nubes?
– Creo que se orienta por las ondas de los radares.
– Qué es un radar? ¿Qué es una onda?
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– Cuándo llegamos a Alemania?
– Ya estamos aquí, solo falta que el avión aterrice
– Cómo sabés?
Aquí vemos que el “¿Cómo sabes?” A veces lleva al punto de una especificidad en el conocimiento, que no soporta fácilmente un “no sé” como respuesta.
Ya lo decía María Montessori, la forma de adquisición del conocimiento del niño es la misma que la de un científico, desde la observación de los detalles más minuciosos e imperceptibles, pasando por la formulación de la pregunta, la necesidad de experimentarlo (a través de sus sentidos) y luego confirmarlo por diferentes fuentes.
Sepan, mis queridos adultos, que esta pureza en la mirada de la observación de los hechos, sólo la podemos poseer en la infancia. Así, sin contaminación, es la observación cristalina, amplia y sin prejuicios, genuina, auténtica como ninguna.
Entiendo que frecuentemente requiere alta complejidad, intentar responder de manera sencilla y con leguaje comprensible para un niño, los desopilantes cuestionarios a los que nos “someten”.
Aun así, es de una legitimidad de tanta importancia como lo es mantener encendida la llama de la curiosidad, cimiento del conocimiento y el aprendizaje.
¡Todos los sentidos al servicio de la Mente Absorbente del Niño! Nuevos escenarios, olores, texturas, nuevas lenguas o acentos en la lengua, transportan a este pequeño e incesante investigador nato en un sabio conocedor.
Para acompañar este proceso de integración de la información recomiendo:
- Responder sin fantasías muy extravagantes o mentiras, siempre la respuesta debe ser lo más cercana a la realidad que esté dentro de la capacidad de comprensión del niño.
- A más sensatez y coherencia con su realidad, más satisfacción en la respuesta.
- Dejar abierta la posibilidad de seguir investigando sobre el tema.
- Tener siempre en claro que la reiteración o la insistencia es parte del proceso de integración, no lo hacen de esta manera para “complejizarnos el día”.
- Ser honestos con la respuesta y en caso de no conocerla, decírselo francamente y ofrecerles nuestra ayuda para investigar: preguntarle a un amigo o integrante de la familia que pueda conocer sobre el tema, buscar algún libro, internet, acercarnos a un centro de información específica, etc.
Nunca debemos:
- Desvalorizar o reírnos del tema o la pregunta. Si nos causa gracia, le debemos comunicar el porqué de la risa.
- Considerar pavadas los intereses del niño o sus puntos de vista.
- Responder con silencio.
- Decirles que ya estamos cansados por tantas preguntas, que cuando sea grande lo va a entender.
- Solicitarles un tajante “Basta de preguntas por favor”.
Tampoco deberíamos darles más información de la que están solicitando, ya que no es lo que necesitan en ese momento.
Recuerdo que en este último viaje, yo, ya cansada de responder a varias preguntas consecutivas un triste “No sé” Le dije a mi hija:
”La parte del adentro del avión se llama cabina y la de afuera fuselaje”
Esperando claro, haber “impresionado” la incorporación de esta nueva palabra: fuselaje. A lo que ella responde sin medir la desilusión que me causaría:
Pero si yo no te pregunté mami.
Claramente, mi ansiedad y saturación de “no saber” me jugó una mala pasada. Esa es mi necesidad de dar respuesta, no su necesidad de conocer. Reparen cómo en tantas ocasiones atropellamos por torpeza, desconocimiento, las necesidades del niño.
Espero les sea de utilidad este artículo, lo escribí durante el mismo viaje. Cada experiencia de estas es diferente, soy testigo necesaria de su crecimiento, madurez y complejización del sus pensamientos.
¡Amo esta función de mamá!